Cabeza gacha. Sólo mirando el fútbol y tranco corto. Levanta la mirada cuando se enfrenta a un rival. Pero su gambeta es más rápida porque cuando el defensor lo quiso mirar a los ojos ya se le escurrió por la espalda.
Lleva nombre de multicampeón y apellido de la casa. Es un volante de todo el frente de ataque. Intratable. Y cuando cruza la línea de cal para entrar el rectángulo grande del área se huele a gol.
El domingo se calzó la camiseta número seis. Era una predicción que el seis iba ser 666. El diablo rubio llevó el clásico ante Rivadavia al infierno. A los 42’ del segundo tiempo, Ticino perdía 3-1. Tiro libre para el Atlético desde afuera del área. Cuando él levantó la mirada lo tenía a Berardo de frente esperándolo. Pique corto, cara interna del pie y la pelota se hizo buche en el ángulo superior izquierdo del arco del “verde”.
Era el primer grito del delirio “albirrojo”. Después hubo empate (gol de Bértola, con asistencia del diablo rubio). No sólo eso. La hazaña fue completa porque la serie se ganó por penales.
Cabeza gacha. Saludó correcto ante su gente. No quiso ser el protagonista entre sus compañeros sino uno más. Bajó las escalinatas para el túnel.
El domingo en Ticino fue la primera vez que Dios le reprochó al Diablo porque nunca le habló de un muchacho con nombre de multicampeón y apellido de la casa: Ayrton Páez.
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